Mamarrachos es una exposición individual del artista chileno Gerardo Pulido (1975-), quien cuenta con más de dos décadas de trayectoria. Trabaja esta vez con la colección de la Recoleta y otras colaboraciones. Dependiente de la creación de terceros que cita o interviene o incluso parasita, en Mamarrachos el artista confronta materiales de muy distinto tipo (valor), siendo la pintura un denominador común. Lo más provocador es, tal vez, cierta incorreción con el mundo del “arte docto” (que incluye sin duda a la producción contemporánea): Mamarrachos tiende a desenmascarar la complicidad de lo artístico con lo decorativo. Para ello, Pulido recurre justamente a la máscara, a lo cosmético.
La exposición se compone fundamentalmente de cuatro conjuntos de trabajos. Las obras oscilan entre lo bidimensional y lo tridimensional e incluyen sutilmente el movimiento, de quien circula por la sala y, en algunos casos, de la brisa que un/a espectador deja a su paso. Cabe mencionar Construcciones (2020), unas esculturas de palos de helado pintados, pegados con silicona, Ofrendas (2021), otros volúmenes pero hechos de palos de fósforo (y diferentes materiales), también pintados y pegados con silicona, Máscaras (2020-2021), pinturas realizadas sobre lienzo (colgadas junto a otros cuadros del artista), y la serie que da nombre a la exhibición, constituida por una suerte de ensamblajes pictóricos.
Habrá volúmenes adicionales, entre ellos unos recursos de montaje, por así llamarlos, que se vuelven inseparables de lo que exhiben y pretenden enaltecer. Es el caso de un altar de cartón a ras de suelo, que funciona como contrapunto de una Virgen y un Cristo (Pietá), escultura policromada colonial datada entre el siglo XV y XVI, anónima, de posible origen español, actual propiedad del MAD. A su vez, se utilizan como bases para las Construcciones algunas mesas de la colección de la Recoleta, por ejemplo, una auxiliar francesa del siglo XIX.
Como se ha mencionado, todo lo expuesto, a excepción de los cuadros, se confecciona junto a las manos de otras personas, unas manos que trabajan a destiempo o sincrónicamente: la Pietá conforma una propuesta escultórica colectiva, aunque en última instancia “firmada” por Pulido; el pintado de palos de helado y las incrustaciones textiles en algunos volúmenes son colaboraciones de las hijas y/o de la esposa del artista, a quienes se dedica las respectivas obras. Incluso en los cuadros hay una deliberada heterodoxia: la impronta de Gerardo Pulido despliega citas, gestos y acabados que suelen incluir el foto-realismo, el informalismo, el patrimonio precolombino, una abstracción vanguardista y una estética de historieta.
En definitiva, se contagian, forcejean en esta exposición, materiales nobles e innobles, un arte docto y otro aplicado, uno “profesional” y otro aficionado; lo decorativo y su aparente contrario. Dicho de otro modo, ciertas formas de la alta y de la baja cultura, sacralizadas y paganas, arman un todo en conflicto. Interactúan así muy distintas capas cuya mezcolanza sugiere algo sobre la historia en general y sobre la historia del arte en particular: que nuestros relatos, tanto personales como colectivos, están llenos de paradojas, unas que, menos mal, ahuyentan toda pureza identitaria. Mamarrachos exalta el pegoteo, la costura visible, lo heterodoxo y lo indeterminado. Lo mestizo, en una palabra.